Cada vez que utilizamos el baño de un bar, un cine o un centro comercial, andamos pendientes de que nada nos roce la piel, pensando que hordas de gérmenes con caras microscópicas de orcos pueden atacarnos. Pero, ¿hasta qué punto podemos realmente enfermar por entrar en contacto con la taza del inodoro?
La falta de higiene está descrita por la OMS como uno de los principales factores de riesgo para la adquisición de enfermedades infecciosas. Si esto lo situamos en un contexto como es el uso de baños públicos, es fácil entender que todo tipo de ideas de contagio se nos vengan a la cabeza, pensado que las condiciones de limpieza necesarias quizá no sean las más adecuadas: ese baño lo han utilizado numerosas personas a lo largo de un día, incluso aunque en ese tiempo haya sido desinfectado.
“La superficie de un baño sucio puede llegar a convertirse en un lugar idóneo donde los microorganismos encuentren las condiciones necesarias de humedad y temperatura para poder crecer y desarrollarse”, apunta la doctora Alejandra Pérez-García, del departamento Microbiología Clínica de la Clínica Universidad de Navarra.
Una de las claves de la dispersión bacteriana es la descarga del agua de la cisterna sin cerrar la tapa
Los principales microorganismos que pueden encontrarse colonizando este tipo de hábitat son micrococos, estafilococos, corynebaterias, estreptococos… Y son los campeones de la resistencia. La revista de la Sociedad Estadounidense de Microbiología publicó en el número de diciembre un curioso estudio realizado en cuatro baños públicos de la Universidad de San Diego, dos de mujeres y dos de hombres, dos abiertos a todo el público y dos de uso exclusivo de profesores. Analizaron los asientos de los inodoros, el suelo frente a ellos y los dispensadores de jabón. Limpiaron todo concienzudamente con lejía antes de comenzar y luego tomaron muestras durante ocho semanas. El resultado fue tajante: las bacterias son muy cabezotas. Solo una hora después de la desinfección, los microbios habían regresado al baño y había 6.200 bacterias por centímetro cuadrado, el 45% de origen fecal y otro 45% asociadas a la piel, tanto en las tazas de los inodoros como en los dispensadores de jabón. Aunque los baños se limpiaran mucho, entre cinco y ocho horas después su estado volvía al punto de partida, y no había diferencias entre los aseos cerrados y abiertos, ni entre los de hombres y mujeres. Los científicos averiguaron que una de las claves de la dispersión bacteriana era la descarga del agua de la cisterna sin cerrar la tapa: como si un aerosol dispersara bacterias fecales por doquier.
Entonces, ¿mejor no sentarse en el retrete de un baño público o hacerlo pero con papel en la taza? “Lo mejor es siempre evitar sentarse en la taza”, asegura la doctora Pérez-García, “hay quien dentro de sus recomendaciones, emplea el uso de plásticos sobre la superficie de la taza o la seca con papel. Eso evita mojarse pero no elimina los posibles microorganismos que estén ahí mismo localizados y, por otro lado, no es frecuente la existencia de plásticos protectores en los aseos públicos. La precaución, sin que produzca un estado de alarma, es necesaria por la falta de higiene real que se da en estos sitios, así que la respuesta es sí, es necesario tener precaución en su uso y evitar apoyarse”.
Sin embargo, y antes de morir de repugnancia, la buena noticia es que las probabilidades de contraer una infección por el mero hecho de sentarnos en un aseo público, incluso contaminado con agentes patógenos, son muy pocas. “Una persona sana que entre en un aseo público que esté mantenido en las condiciones de higiene que suelen darse en nuestras pudientes y reglamentadas sociedades desarrolladas, tiene una probabilidad bajísima de sufrir una infección [se siente o no]”, sostiene Miguel Vicente, profesor de Investigación del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología y presidente de la división de Bacteriología y Microbiología Aplicada de la International Union of Microbiological Societies (IUMS). Para contraer una enfermedad, la piel de la persona que está usando ese inodoro debería tener una herida y que el virus maligno en cuestión accediera a través de ella. “Y no es imposible, pero tampoco lo habitual”.
¿Y si el baño está hecho un asco? “Si nos ponemos en el otro extremo, si entramos a un aseo que está realmente descuidado y utilizado por un enfermo que padezca una grave infección intestinal, entonces esas probabilidades de sufrir una infección aumentan, en especial si además nosotros mismos no guardamos las mínimas condiciones de higiene tales como lavarnos las manos tras utilizarlo. Gran parte de las infecciones intestinales se transmiten por vía digestiva, con los alimentos contaminados o con la suciedad de nuestras manos si han entrado en contacto con las heces de un enfermo, o incluso si se ha compartido la misma toalla”, añade el investigador del CSIC.
Más que la taza del váter, lo que ha de preocuparnos es que se nos olvide lavarnos las manos después de usarlo
Esa es la clave. Más que la taza del váter, lo que ha de preocuparnos es que no se nos olvide lavarnos las manos después de usarlo, porque hay numerosas superficies cotidianas, como grifos y encimeras, convertidas en verdaderos resorts de lujo con pulserita de todo incluido para los gérmenes. El doctor Chuck Gerba, profesor de Microbiología de la Universidad de Arizona, ha descubierto en sus estudios que el asiento de un inodoro dentro de la media contiene unas 50 bacterias fecales por cada 6,45 cm cuadrados (una pulgada cuadrada), lo que la convierte en una de las superficies más limpias del hogar en lo que a gérmenes se refiere, y muy por debajo, por ejemplo, del teléfono móvil, con 10 veces más bacterias fecales; la tabla de cortar de la cocina, con 200 veces más; el escritorio de la oficina, con 400 veces más; o el campeón de los microbios, el trapo de secar, con 20.000 veces más, especialmente de la bacteria E. coli, que por sí sola no causa graves enfermedades pero es un indicador de que hay restos de heces.
Uno de los últimos estudios de John Oxford, profesor de virología de la Universidad de Londres y director del Consejo de la Higiene, un organismo internacional que compara estándares de higiene en todo el mundo, examinó muestras de hogares de nueve países distintos y descubrió que el 21% de los trapos de cocina visiblemente limpios tenían altos niveles de contaminación, seguidos del interior de las neveras: más del 40% de las casas tenían altos niveles de bacterias y moho, mientras que el 36% de las toallas de cocina presentaban niveles inaceptables (estos y otros datos igualmente inquietantes se pueden consultar en la web del Consejo de la Higiene).
“Una de las partes de una casa que menos gérmenes contiene es el aseo, y concretamente el inodoro. Se debe a dos razones. Una, que se tiende a limpiar de forma más meticulosa; y otra, que las bacterias encuentran poco de lo que alimentarse en él. Por el contrario, uno de los lugares con mayor contaminación es la cocina, y dentro de ella la esponja con la que se friegan los platos. Las bacterias que la habitan suelen asimismo ser inocuas y lo peor que suelen hacer es pudrir la comida fresca con la que puedan entrar en contacto, pero proliferan porque la cantidad de alimento que encuentran es allí mayor. Normalmente, la limpieza de los utensilios de cocina si se realiza de forma correcta, con detergentes adecuados, elimina a la mayoría de las bacterias. Secar los utensilios al aire tras su limpieza es también una precaución importante, ya que elimina los pequeños depósitos de agua donde podrían crecer. Tanto en el aseo como en la cocina, es preferible utilizar detergentes en dispensadores mejor que pastillas de jabón en las que las bacterias pueden multiplicarse a placer”, agrega Miguel Vicente.
Un estudio de la Universidad de Leeds (Reino Unido) concluyó que la dispersión de bacterias en el aire es 27 veces mayor alrededor de un secador de manos que con las tradicionales toallas de papel
Pero no se trata solo de “no tocar nada” al entrar en los baños públicos. Aunque esté todo limpio, otro estudio publicado en la revista Journal of Hospital Infection por investigadores de la Universidad de Leeds en el Reino Unido concluyó que la dispersión de bacterias en el aire es 27 veces mayor alrededor de un secador de manos que con las tradicionales toallas de papel y peor aún si el secador es uno de esos nuevos de introducir las manos entre chorros de gran potencia. La misma explicación al descargar la cisterna sin bajar la tapa: las bacterias (fecales y de todo tipo) salen disparadas a modo de aerosol contaminado que puede respirarse o tragarse. “En estos casos hay que entender que lo más probable es que en su mayoría nos traguemos los mismos microbios que nosotros acabamos de depositar, lo que solo será un peligro si padecemos una infección”, agrega el experto del CSIC. “Los aerosoles producidos en estos casos pueden contener el germen que provoca infecciones respiratorias que en las personas sanas suelen resolverse sin graves consecuencias, pero no así en quienes están debilitados por otras enfermedades, en cuyo caso pueden causar mayores problemas”.